Rev. Ciencias Sociales #183. 2024 (I)
ISSN Impreso: 0482-5276 ISSN ELECTRÓNICO: 2215-2601
Inseguridad en Quevedo, Ecuador: percepciones, influencias y repercusiones en la cotidianidad
Insecurity in Quevedo, Ecuador: perceptions, influences and repercussions in everyday life
Jonathan Tapia Chamba*
Tipo de documento: artículo académico
Fecha de ingreso: 24/05/2023 • Fecha de aceptación: 18/03/2024
Resumen
Este estudio investiga la percepción de inseguridad en Quevedo, Ecuador, empleando un análisis estadístico descriptivo. Más allá de la mera cuantificación, este trabajo busca profundizar en la intersección de los factores socioeconómicos y político-culturales que moldean dicha percepción. De esta manera, el estudio proporciona una comprensión amplia y multifacética de la percepción de inseguridad y su influencia en la vida cotidiana de la población de Quevedo.
Palabras clave: Ecuador, percepción, seguridad, crimen, estudiante universitario
Abstract
This study investigates the perception of insecurity in Quevedo, Ecuador, utilizing a descriptive statistical analysis. Going beyond mere quantification, this work aims to delve into the intersection of the socio-economic and political-cultural factors that shape such perception. In doing so, the study provides a broad and multifaceted understanding of the perception of insecurity and its influence on the daily lives of the population in Quevedo.
Keywords: Ecuador, perception, safety, crime, university students
* Universidad Técnica Estatal de Quevedo, provincia Los Ríos, Ecuador.
https://orcid.org/0009-0001-0121-9923
jtapiac3@uteq.edu.ecv
INTRODUCCIÓN
En los últimos meses del 2022, los medios de comunicación ecuatorianos se hicieron eco de un informe policial sumamente preocupante, que aseguraba que el Ecuador cerraba el año con la peor tasa de homicidios de su historia. En efecto, según el Boletín Semestral de Homicidios Intencionales en Ecuador, publicado por el Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado (OECO, 2023), la cifra de asesinatos casi se duplicó a nivel nacional, pasando de aproximadamente 2400 casos en 2021, a 4603 casos hasta diciembre de 2022, lo que significó que el indicador de muertes por cada 100 000 habitantes, prácticamente se duplicó, pasando de (13,7) a (25,9) en el periodo de solamente un año.
Otros datos oficiales presentados por el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC, 2022) indican que comparando el periodo de enero a mayo de 2021 y enero a mayo de 2022, se registró una variación en la tasa de homicidios intencionales de un 102,4%. En el mismo periodo de análisis, la tasa de robo de motos incrementó un 62,3%, la de robo de autos un 54% y la de robo a personas un 32,3%.
Desafortunadamente, el récord del 2022 como el año más violento de la historia contemporánea del Ecuador está siendo superado. Los datos oficiales registran un incremento de muertes violentas del 66,4% entre el 1 de enero al 20 de marzo de 2023, en comparación al primer trimestre del año anterior (Ecuador con récord de inseguridad en el 2023, 2023). Estas cifras escalofriantes son la causa por la cual Guayaquil ocupa el puesto 24 de las ciudades más peligrosas del mundo, según un estudio realizado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México (Radio La Calle, 2023). Además, Esmeraldas es hoy la tercera ciudad más peligrosa de la región, según un informe de la Oficina de las Naciones Unidas para el Crimen y el Delito (UNODC) (Esmeraldas, en el top 5 de las zonas más violentas de Latinoamérica, 2023).
La inseguridad en Ecuador se yergue como un fenómeno que crece a un ritmo preocupante y ha condicionado de manera negativa la libertad, los derechos y la cotidianidad de los ecuatorianos. Dado que es el mundo cotidiano lo que se trastoca con el avance de la violencia, se evidencia la necesidad de ubicar de manera prioritaria este problema en la agenda investigativa de la academia.
En consecuencia, la presente investigación se enfoca en analizar la percepción de inseguridad en Quevedo, una ciudad ecuatoriana que registra un alarmante crecimiento en los índices de violencia y criminalidad (Gonzáles, 2023). Por consiguiente, el presente trabajo tiene como objetivo medir y contribuir al entendimiento de cómo se construye la percepción de inseguridad, a partir del discernimiento de los factores que contribuyen a su generación, y de la exploración de su impacto sobre la vida de las personas. La novedad científica de este estudio no solo radica en su enfoque metodológico, sino también en su temática y enfoque analítico. Al incluir dimensiones como la confianza en las instituciones, el papel de los medios de comunicación y la percepción de las políticas públicas, el estudio contribuye de manera significativa a la literatura existente y plantea nuevas preguntas para futuras investigaciones.
Percepción de inseguridad
En los estudios sociológicos, antropológicos y jurídicos existe un consenso generalizado de que la percepción de inseguridad constituye un problema de orden público, en cuanto que afecta la vida de las personas de múltiples formas (Jasso, 2013). Autores como Vilalta (2009) y Jasso (2013) proponen comprenderla como una suerte de “perturbación” del estado de ánimo de los ciudadanos que deviene en un sentimiento de angustia desatado por el miedo de ser víctimas del crimen.
Como fenómeno social, la percepción de inseguridad presente en el imaginario de un colectivo social puede ser total o parcialmente un reflejo de una realidad social en la cual la violencia ha permeado con fuerza en los intersticios de la cotidianidad trastocando la paz y el orden social. Por otra parte, siguiendo a Triana (2021), la percepción de inseguridad entendida como una “sensación de perturbación”, es un problema que afecta gravemente la calidad de vida de las personas, toda vez que condiciona y obliga al individuo a restringir sus actividades y su movilidad, así como a tomar distancia de los espacios de sociabilidad que frecuentaba con anterioridad.
Más aún, esta produce un impacto en el orden y el bienestar social al trastocar la convivencia comunitaria, las rutinas y hábitos de las personas y su estado anímico (Triana, 2021). Asimismo, Jasso (2013) sostiene que la percepción de inseguridad puede estimular y acelerar el deterioro social e infraestructural de los barrios, así como hacer que los individuos se retiren física y psicológicamente de la vida comunitaria. La consecuencia de esto es que los procesos informales de control social que inhiben la delincuencia y el desorden se debilitan, lo que disminuyen de este modo la capacidad organizativa y movilizadora de un barrio o comunidad.
Cuando los individuos se sienten temerosos y expuestos, tienden a replegarse en sitios “seguros” como sus casas o trabajos, lo que disminuye drásticamente la posibilidad de convivencia ciudadana y de generar cohesión social. Esto también debe concebirse como un problema, porque cuando las personas se retiran de los espacios públicos, la “vigilancia pasiva” de las calles por parte de la ciudadanía se vuelve prácticamente inexistente, lo que, de su parte, se convierte en una gran oportunidad para quienes delinquen, puesto que los espacios antes vigilados por las personas transeúntes pasan a convertirse en sitios sin vigilancia (2013). Esto pone de manifiesto que las repercusiones derivadas de la percepción de inseguridad son inherentemente complejas y exhiben una naturaleza estratificada, donde cada dimensión se interrelaciona y se condiciona con las demás.
Desde una perspectiva sociopolítica, la percepción de inseguridad también puede influir en el imaginario colectivo sobre el crimen e inducir a la población a apoyar políticas de seguridad más punitivas, deslegitimar la justicia penal, apoyar la posesión de armas de fuego y a ver positivamente la justicia por mano propia (Becerra y Trujano, 2011; Kessler y Focás, 2014, como se citó en Triana, 2021). Este fenómeno refleja la importancia de abordar la percepción de inseguridad no solo como un reflejo de las condiciones objetivas de criminalidad, sino como un factor configurador de actitudes y políticas públicas.
Estos autores señalan que la percepción de inseguridad podría contribuir al abandono de zonas urbanas, erosionando de este modo la dinámica de los flujos socio-económicos de las ciudades y los barrios; así como al surgimiento de complejos residenciales cerrados y ultra protegidos, lo que aumenta la brecha entre ricos y pobres en un movimiento en el que los primeros se acuartelan en sus propiedades mientras que los segundos se ven obligados a vivir bajo condiciones que aumentan sus probabilidades de convertirse en víctimas de la delincuencia común.
En una democracia deficiente, estos fenómenos podrían incidir en el control sociopolítico de la ciudadanía y fomentar ciertas prácticas autoritarias en la medida en que “un aumento del sentimiento de inseguridad detona el desarrollo de la seguridad privada como industria altamente lucrativa, favoreciendo el intercambio desregulado de la información que genera mediante sus tecnologías de vigilancia, protección y seguimiento” (Triana, 2021, p.169). Por tanto, en un contexto como el ecuatoriano, es necesaria una reflexión crítica sobre la necesidad de generar mecanismos democráticos que impidan que el interés privado subvierta el bienestar colectivo y la integridad democrática.
Desde la sociología del crimen, autores como Kessler (2009, 2010), han propuesto definir la percepción de inseguridad como una “respuesta emocional” del discernimiento que hace la víctima sobre los elementos simbólicos que gravitan alrededor del delito. En efecto, para Kessler, “la percepción de inseguridad es una emoción que requiere una base cognitiva y un juicio axiológico en el sentido de que debe considerar que lo temido es algo peligroso o amenazante por ciertas razones” (2009, p. 35). No obstante, la sensación de peligro e inseguridad no se presenta en un sentido social de forma homogénea entre los individuos, puesto que varía significativamente en relación con factores como la clase social a la que se pertenece, la capacidad de inversión en mecanismos de protección, el género, la edad, y las condiciones de salud y movilidad de cada persona.
La percepción en torno a la delincuencia trasciende la mera experiencia directa de quienes han sido víctimas de estos actos ilícitos. En un entramado social complejo y dinámico, un porcentaje significativo de individuos experimenta un sentimiento de inseguridad y temor en relación con determinadas manifestaciones delictivas, pese a no haber padecido sus consecuencias directamente y a que la probabilidad objetiva de ser víctimas de tales eventos no reviste una importancia estadística destacable.
Se puede decir entonces que la percepción de inseguridad pasa a configurarse en una suerte de “sensación de inseguridad”, ya que las personas toman un posicionamiento sobre la coyuntura de su cotidianidad y construyen para sí mismos un juicio acerca de las posibilidades de ser objeto del crimen y la delincuencia. Esta operación cognitiva se fundamenta en el conocimiento que las personas tengan sobre la inseguridad en su entorno social, en la interacción y el intercambio de información con otras personas en la cotidianidad de las relaciones sociales; así como en el consumo de información a través de redes sociales y medios de comunicación.
Miedo al crimen
De acuerdo con Kessler (2010), el “miedo al crimen” es un fenómeno social analizado por un campo de estudio que lleva el mismo nombre, surgido en Estados Unidos durante la década de 1960. Las investigaciones de este campo de estudio argumentan que no hay una correlación necesaria entre el aumento en la tasa real de delitos y un incremento del temor que la ciudadanía puede llegar a sentir sobre el crimen. Igualmente, las investigaciones pertinentes a esta línea de pensamiento indican que el crimen manifiesta cierta independencia conductual; es decir, se observa que tiende a incrementarse en paralelo a la victimización. No obstante, una vez que se arraiga en la conciencia social como un problema significativo, su percepción persiste, incluso, cuando las estadísticas de criminalidad presentan una disminución (Kessler, 2010). En este orden de ideas, para Kessler el “miedo al crimen” constituye en esencia un “sentimiento de inseguridad” que incluye otras emociones suscitadas, tales como, la ira, la indignación o la impotencia.
En este sentido, este sentimiento de inseguridad se constituye como un fenómeno multidimensional cuyo rasgo particular es la “aleatoriedad del peligro”, entendiendo esto último como “toda amenaza a la integridad física, más que a los bienes, que parecería por abatirse sobre cualquiera. [Así, esta aleatoriedad] se fundamenta en la percepción del incremento de hechos y se proyecta tanto en el espacio como en la pluralidad de figuras de lo temible” (Kessler, 2010, p. 86). Del mismo modo, este autor plantea que una de las facetas del miedo al crimen es la deslocalización del peligro, lo que implica la disolución de la división establecida entre zonas seguras e inseguras. En consecuencia, al notar que la amenaza a franqueado sus demarcaciones típicas y evidencia la habilidad de penetrar en cualquier región territorial, se retroalimenta la sensación de inseguridad.
La aleatoriedad del peligro que emerge como parte nuclear del sentimiento de inseguridad se fundamenta en la “desidentificación relativa de las figuras de temor”, en cuanto que la percepción de amenaza ha traspasado la retórica de los sujetos usualmente estigmatizados, como los jóvenes de barrios marginales, para alojarse en nuevos ejecutores del crimen, como las “personas bien vestidas”, “la gente de clase media”, “el vecino de traje y corbata”, “mujeres con bebés en brazos” o “parejas de ancianos”. El trabajo de Kessler (2010) resalta un cambio paradigmático en la construcción social del miedo, desafiando los estereotipos tradicionales asociados con la criminalidad.
Teorías de inseguridad
Con base a lo expuesto por Triana (2021), los estudios acerca de la inseguridad y el temor al delito se sintetizan en cinco teorías, las cuales, plantean la noción de que estos fenómenos son construidos subjetivamente a partir de factores determinantes relativos a: 1) la victimización, 2) la vulnerabilidad física, 3) la vulnerabilidad social, 4) las expresiones de incivilidad y 5) la incidencia de las redes sociales comunitarias. Cabe recalcar que la propuesta teórica de Triana subraya el carácter multidimensional de la inseguridad y el temor al delito, y destaca la relevancia de entender estos fenómenos como productos de la interacción de factores subjetivos y objetivos. Esto refleja la necesidad de adoptar un enfoque holístico en el estudio de la inseguridad que trascienda las estadísticas criminales y aborde las percepciones y las experiencias individuales y colectivas.
En este sentido, la teoría de la vulnerabilidad física propone que la experiencia subjetiva de inseguridad se asocia estrechamente con la autopercepción de un individuo de su habilidad para autoprotegerse, ya sea a través de la fuerza física o destrezas personales en contextos específicos; esto implica que grupos demográficos particulares, incluyendo mujeres, personas de la tercera edad y aquellos con discapacidades, tienen una mayor tendencia a percibirse a sí mismos como vulnerables ante la inseguridad.
En la misma línea, la teoría de la vulnerabilidad social propone que las personas que a razón de sus condiciones materiales se ven expuestas continuamente ante un conjunto de riesgos, son más propensas a sentirse inseguras y temerosas de convertirse en objetivo del delito. En consecuencia, Triana (2021) afirma que la percepción de inseguridad y el temor al delito sería mayor “en personas de bajo nivel socioeconómico, menores niveles de educación, personas en condición de indigencia o minorías étnicas” (p. 171). Por tanto, la teoría de la vulnerabilidad social subraya que la inseguridad es —la mayoría de las veces— un reflejo de desigualdades más profundas, lo que sugiere que el miedo al delito es un síntoma de condiciones socioeconómicas precarias.
En la teoría de las incivilidades, se introducen “nociones de diseño urbano y caracterizaciones sociodemográficas para explicar la percepción de inseguridad y temor al delito en un lugar determinado” al plantear que “la interacción entre las personas y un entorno urbano deteriorado configuran una percepción de desorden o incivilidad que aproxima el nivel de criminalidad en el mismo” (Triana, 2021, p. 171). Esto significa que el entorno urbano-espacial impacta directamente en la percepción de inseguridad de las personas. Por ejemplo, es probable que las personas se sientan más temerosas ante el crimen si habitan en lugares poco o nada iluminados, con edificaciones deterioradas o en abandono, con una marcada ausencia de vigilancia policial, o en sitios en los que se acumula basura en la vía pública, existe vandalismo, o hay presencia de pandillas y personas con un uso problemático de alcohol y drogas.
Por otra parte, la teoría de redes sociales sostiene que la percepción de inseguridad y el temor al delito puede explicarse y variar considerablemente en relación con el nivel de apoyo y cohesión social que se pueda dar entre los miembros de una determinada comunidad. Bajo esta teoría, los individuos tienden a sentirse menos inseguros y temerosos ante una situación de delito cuando se ha forjado un sentido de comunidad y mayores vínculos sociales en un colectivo, en cuanto estos factores facilitan la organización comunitaria para la prevención y la contención de la delincuencia.
Por último, la teoría de la victimización postula que la percepción de inseguridad está ligada estrechamente a la experiencia de haber sufrido un delito. Para Triana (2021), esta experiencia puede ser directa o indirecta, es decir, “puede referir a la victimización personal pero también a la de familiares, vecinos, amigos o conocidos, quienes al socializar el episodio delictivo sufrido inducen temor en otras personas” (p. 170). La victimización indirecta se nutre también del flujo de hechos noticiosos —por lo general, de índole amarillista— que los individuos consumen en los medios de comunicación.
Esto significa que la percepción de inseguridad que los individuos hacen sobre su entorno urbano-social se convierte en una suerte de “epidemia” que puede reproducirse y “contagiarse” a otros individuos con una gran celeridad. En saber de Kessler (2010), haber sido víctima de un delito, especialmente de uno violento, suele ser para quién lo padece la prueba irrefutable de que el riesgo ante el crimen se ha convertido en algo inminente, lo que lleva al sujeto a un punto de inflexión en el que se empieza a gestar la idea de que “ahora todo ha cambiado”.
Este fenómeno puede significar que se registre una desproporción entre la percepción de inseguridad de los y las habitantes de un determinado lugar y las cifras reales de criminalidad que afectan a dicho sitio, en otras palabras, las “tasas de delito y temor conservan una lógica de las proporciones: la segunda suele ser el doble o más de la primera” (Kessler, 2010, p. 83). Para Kessler (2010) esto se explica por la “presión ecológica”, la misma que afirma que a mayor número de individuos afectados por el crimen en una ciudad o área específica, mayor es el flujo de información respecto a estos incidentes, lo que a su vez incrementa la inquietud generalizada, independientemente de si las personas han experimentado directamente un delito o no.
METODOLOGÍA
Al estar sujeto a los preceptos del paradigma crítico social, este estudio adoptó un enfoque metodológico híbrido que integra elementos tanto cuantitativos como cualitativos. Esta orientación paradigmática permitió un examen más integral y crítico de fenómenos sociales complejos, lo que amplía el análisis de cómo las decisiones políticas y económicas de los hacedores de políticas pueden impactar en el mundo de la vida de las personas y, por extensión, en su percepción de inseguridad.
En términos prácticos, la investigación se llevó a cabo a través de una encuesta digital estructurada dirigida a estudiantes de la Universidad Técnica Estatal de Quevedo (UTEQ), seleccionados por su representatividad y diversidad. Se recolectaron doscientas cincuenta y dos respuestas (N=252), que se analizaron mediante estadísticas descriptivas. Este enfoque cuantitativo se complementa con un análisis cualitativo que contextualiza los hallazgos dentro de un marco más amplio, abordando las influencias y las repercusiones políticas y sociales en la percepción de la inseguridad.
Asimismo, este estudio aportó innovaciones a la amplia tradición académica sobre la percepción de la inseguridad. Rompe con el enfoque cuantitativo predominante en la literatura al adoptar una metodología híbrida que permitió un análisis más profundo y multidimensional del fenómeno. Al centrarse en estudiantes universitarios de Quevedo, Ecuador, el estudio añade una capa de especificidad.
La elección de Quevedo como contexto de estudio respondió a una brecha en la literatura y tiene el potencial de informar estrategias de intervención a nivel local. A modo comparativo, mientras investigaciones similares en la región enfocadas a dilucidar el fenómeno de la percepción de inseguridad en estudiantes universitarios (Paz y Ciudad, 2017), se limitan a métodos cuantitativos, la presente investigación integró enfoques cuantitativos y cualitativos, reconfigurando el paradigma metodológico en este campo.
La importancia de este estudio no se circunscribe únicamente al ámbito académico, sino que trascendió hacia aplicaciones concretas en el plano social y político. La investigación ofreció una contribución sustancial al entendimiento de cómo la percepción de la inseguridad se manifiesta en Quevedo, Ecuador. Esto no es trivial, pues, al contar con una base empírica sólida, las autoridades locales y los hacedores de políticas están en una posición más favorable para diseñar e implementar políticas públicas de seguridad más efectivas. En otras palabras, la rigurosidad metodológica del estudio brindó un nivel de credibilidad y fiabilidad a los hallazgos, lo que a su vez eleva su potencial para ser instrumentalizado en estrategias gubernamentales.
En un espectro más amplio, el estudio también incidió en la esfera del bienestar psicológico. Al ilustrar cómo la percepción de la inseguridad puede tener efectos perniciosos en la salud mental, la investigación subrayó la necesidad de estrategias políticas que sean multidimensionales. Esto implica que cualquier intento de mejorar la seguridad pública debe ir de la mano con esfuerzos para mitigar el impacto psicológico de la inseguridad, lo cual podría materializarse en programas de apoyo psicológico o en campañas de sensibilización.
Finalmente, al identificar lagunas y áreas que requieren un mayor escrutinio, este trabajo actuó como un precursor para futuras investigaciones. No solo estableció un marco analítico y metodológico que podría ser adoptado en otros contextos geográficos o demográficos, sino que también planteó preguntas y temas que podrían ser el foco de futuros estudios. En este sentido, la investigación contribuyó a la evolución y la expansión del cuerpo académico sobre la percepción de la inseguridad en el contexto ecuatoriano, al tiempo que señaló direcciones para futuras exploraciones.
En conjunto, la significación práctica de este estudio es multifacética y robusta, ofreciendo una base empírica y conceptual para la acción y la intervención en el mundo real. Su aplicabilidad se extiende desde la formulación de políticas públicas hasta el diseño de programas educativos y de bienestar, consolidando su relevancia tanto en la academia como en la praxis social y política.
RESULTADOS
a) La inseguridad como el principal problema social en el imaginario de lA POBLACIÓN universitariA
Uno de los objetivos del estudio fue conocer cuál es el principal problema social para las personas participantes. Se descubrió que para el 80,6% de los encuestados, el principal problema social de la ciudad es la inseguridad, seguido de la falta de empleo (9,9%) y la corrupción de las instituciones (8,3%). En base al tamaño de la muestra (N=252), se puede afirmar que 8 de cada 10 estudiantes universitarios de la ciudad de Quevedo perciben a la inseguridad como una problemática incluso mayor que la corrupción y la falta de empleo.
Más allá de la teoría de la victimización, la alta percepción de inseguridad entre las personas participantes puede deberse a múltiples factores. Desde la teoría de la criminalidad se barajan las siguientes hipótesis: según Farrall et al. (2009), las percepciones de inseguridad pueden estar relacionadas con una alta exposición a información negativa o sensacionalista sobre el crimen, el temor al crimen y las expectativas de victimización. En este orden de ideas, es muy probable que la población universitaria esté expuesta a mensajes negativos sobre la situación de seguridad en la ciudad de Quevedo, lo cual podría estar alimentando sus percepciones de inseguridad.
No obstante, más allá de estar expuestos a un flujo constante de noticias amarillistas relacionadas a la inseguridad, lo cierto es que las noticias negativas relacionadas al crimen no provienen únicamente de los medios de comunicación tradicionales (televisión, radio, prensa escrita), sino también a través del consumo del contenido digital de las redes sociales y de los relatos de personas cercanas, como compañeros, vecinos, amigos o familiares.
Por otra parte, la literatura consultada sugiere que la percepción de inseguridad podría intensificarse si aparece en un contexto en el que los lazos sociales están debilitados a razón de la ausencia de cohesión social, tal como sucede en el caso ecuatoriano. En dicho contexto, la falta de cohesión social puede explicarse por varios factores, tales como, la desigualdad social y económica, la desconfianza de la sociedad civil hacia las instituciones estatales y la clase política, la ruptura del contrato social y, principalmente, la ausencia de un proyecto de estado-nación que logre agrupar a las distintas culturas, nacionales y poblaciones del territorio ecuatoriano bajo una identidad compartida.
Sobre este punto, el enfoque conceptual de Chriss (2007) sobre la teoría del “vínculo social” sostiene que la cohesión social no se limita únicamente a la fortaleza de los lazos sociales en términos de apego, participación, inversión y creencias. En su propuesta, el autor integra estos aspectos en el esquema AGIL de Talcott Parsons y añade la importancia del autocontrol como una dimensión relevante para el correcto funcionamiento de un sistema social. A partir de esta idea, un bajo autocontrol por parte de los individuos podría traducirse en comportamientos problemáticos, que añaden una capa de incertidumbre y miedo en la comunidad. En consecuencia, una falta de cohesión social, que incluye tanto vínculos sociales débiles como bajos niveles de autocontrol, puede devenir en un ambiente en el que la desconfianza y el temor se intensifican, lo que se reflejaría en un alto nivel de percepción de inseguridad en una comunidad.
B) La escalada de inseguridad desde una perspectiva temporal
Los resultados de este estudio revelan que casi la totalidad de las personas encuestadas (97,2%) perciben un aumento significativo de la inseguridad desde el año 2021. Esta percepción no es meramente subjetiva, sino que refleja una realidad más amplia, en la cual se evidencia un deterioro de la seguridad a nivel nacional. Al igual que estos datos, los testimonios de los y las habitantes de Quevedo reflejan un antes y un después en la percepción de la seguridad ciudadana, una demarcación que Carrión (2023) identifica al describir cómo Ecuador ha pasado de ser una “Isla de Paz” a tener índices de violencia que superan el promedio latinoamericano.
Este autor también detalla cómo la violencia en Ecuador es el resultado de una compleja interacción de factores, que van desde la ineficiencia de las políticas de seguridad hasta el agravante papel del narcotráfico. La presencia de este último ha convertido al país en un punto neurálgico para el tráfico de drogas, lo cual no solo desafía la soberanía del Estado, sino que también erosiona la estructura social y económica. Esto ha provocado que la violencia asociada al narcotráfico se infiltre de forma incontenible en la cotidianidad, exacerbando la percepción de inseguridad y alimentando un ciclo de violencia que parece autoperpetuarse.
Sin embargo, no se puede dejar de mencionar que el ambiente de inseguridad se ha intensificado también a causa de la retirada gradual del Estado y de su incapacidad de ejercer su función de garante de la seguridad y el bienestar social, un proceso que inició con el giro ideológico posterior al correísmo, protagonizado por los dos últimos gobiernos que adoptaron políticas neoliberales de austeridad.
Al considerar el momento en que la percepción de inseguridad comenzó a incrementarse, se destaca que la mayoría de las personas participantes identifican un periodo entre 2019 y 2022. Este lapso coincide con una serie de transformaciones en el aparato estatal y políticas económicas que, según algunos analistas (Desde El Borde, 2023), han podido contribuir a un aumento de la desigualdad y la exclusión social, factores conocidos por su capacidad de fomentar la criminalidad. Así, el aumento en la percepción de inseguridad en Quevedo y, por extensión, en Ecuador, se alinea con un escenario nacional más amplio de deterioro social y un debilitamiento de la capacidad estatal para hacer cumplir el contrato social y asegurar el orden y la paz pública.
En síntesis, la seguridad en Ecuador no se ha visto comprometida únicamente por la criminalidad común, sino que ha sido profundamente afectada por la presencia del narcotráfico y el retiro del Estado de sus roles tradicionales en la esfera social y económica. Estos factores, en combinación con políticas públicas inadecuadas, han creado un caldo de cultivo para la violencia que ahora se vive en el país, lo que requiere una revisión crítica y una acción decisiva por parte de las autoridades y la sociedad civil.
C) La percepción sobre las causas de la inseguridad
Cuando se les consultó acerca de las posibles causas de la inseguridad en la ciudad, el 74,2% (187) de las personas encuestadas indicaron que esta deriva principalmente de la corrupción y al mal desempeño de las autoridades. El 67,5% (170) señaló al consumo de alcohol y drogas como el causante de la inseguridad, y casi alrededor del 50% de las veces seleccionaron a la falta de empleo (125) y la inoperancia de la policía (124). Por otro lado, menos de la mitad de las veces, los encuestados resaltaron a la desintegración familiar (42,1%) y la pobreza (40,5%) como la raíz del aumento de la criminalidad. Solo 18,7% de las veces se señaló al bajo nivel de escolaridad como el causante de la inseguridad.
Uno de los puntos más relevantes de estos datos es, sin duda, la percepción generalizada entre la mayoría de las personas encuestadas de que la corrupción y el mal desempeño de las autoridades se constituye como el principal factor de la inseguridad. Este sentimiento de desamparo no es infundado. Carrión (2023) sugiere que la violencia en Ecuador se ha institucionalizado en parte debido a un vacío de liderazgo efectivo y una crisis de legitimidad en las instituciones estatales. La desconfianza no se limita a la percepción de la corrupción, sino que se extiende a la incapacidad percibida del Estado para implementar políticas de seguridad que aborden las raíces estructurales de la criminalidad. En consecuencia, esta falta de confianza se agrava por la aparente impunidad y la falta de transparencia que caracterizan la gestión de la seguridad pública.
Además, la elevada percepción del consumo de drogas y alcohol como el causante de la inseguridad puede interpretarse como el resultado de la concatenación de varios factores. Uno de ellos es la incipiente estigmatización hacía los jóvenes (de entre 15 y 22 años) como el grupo social más proclive a caer en las manos de la delincuencia a causa de la “pérdida de voluntad” provocada por la adicción a estupefacientes. A partir de la influencia de los medios de comunicación, y la sospecha de que la población joven y adolescente suele ocupar los espacios públicos para libar y consumir sustancias ilícitas, muchas personas tienden a establecer una correlación entre este consumo y la violencia. Sin embargo, a juicio de la reflexión y la teoría examinada en la presente investigación, no existe una correlación directa de causa-efecto entre el consumo de alcohol y drogas y el aumento de la criminalidad y la inseguridad en un determinado lugar.
Otro factor que contribuye a la elevada percepción del consumo de drogas y alcohol como causantes de la inseguridad es el posicionamiento mediático del tráfico de drogas y las operaciones del crimen organizado como la principal causa de la violencia que atemoriza al país. El presidente Guillermo Lasso ha expresado su opinión sobre la violencia y la lucha contra las drogas en varias ocasiones. En algunos casos, ha mencionado que la violencia en ciertos países de Latinoamérica está relacionada con el tráfico y la lucha contra las drogas, como cuando afirmó en una entrevista al medio CNN (Oppenheimer, 2023) que “la criminalidad ha aumentado en el país porque los grupos delincuenciales organizados ya no tienen drogas que comercializar, entonces buscan cometer otros delitos” (CNN en Español, 2023, 15s).
Si bien es cierto, la lucha contra las drogas puede llevar a un aumento de la violencia en algunos casos, esto se debe a que los grupos criminales que se dedican al tráfico de drogas suelen incurrir en prácticas extremadamente violentas y están dispuestos a utilizar la fuerza para defender sus negocios. Sin embargo, también es importante tener en cuenta que la violencia en la región en general, y en Ecuador en particular, no se debe únicamente a la lucha contra las drogas. Así pues, existen otros factores que contribuyen a la violencia, como la pobreza, la desigualdad, la falta de acceso a la educación y a oportunidades económicas y, sobre todo, a la ausencia de un proyecto político que genere cohesión social y fortalezca el rol del Estado como un medio para solucionar los problemas estructurales que reproducen la violencia y la desigualdad en el país. Cabe mencionar que es necesario abordar estos problemas de manera integral para reducir la violencia en la región y no solo enfocarse en la lucha contra las drogas.
D) La percepción de inseguridad y su relación con la victimización
La presente investigación abordó la relación entre la victimización directa e indirecta con la percepción de inseguridad en estudiantes universitarios de la ciudad de Quevedo. Para ello, se plantearon dos preguntas clave: 1) ¿conoces a alguien que haya sido víctima de un delito en el último año? y 2) ¿has sido víctima de un delito en el último año? En cuanto a la victimización indirecta, el 89% de los encuestados informaron conocer a alguien dentro de su círculo social cercano (familiares, amigos, vecinos) que ha sido víctima de la delincuencia en el último año. Esta cifra es alarmante, ya que sugiere que la mayoría de los estudiantes universitarios están expuestos —al menos de forma indirecta— al delito y la inseguridad.
En relación con la victimización directa, el 47% de las personas participantes manifestaron haber sido víctimas de un delito en los últimos 12 meses. La distribución de la frecuencia de victimización en este grupo revela una tendencia preocupante: 78 participantes afirmaron haber sufrido un robo o asalto en el último mes, 54 indicaron haber sufrido dos robos, 16 señalaron haber sido víctimas de tres robos y 18 informaron haber sido víctimas de cuatro robos o más.
Al analizar la relación entre victimización y percepción de inseguridad, se observó que el 96,86% (216) de las personas encuestadas que reportaron victimización indirecta también indicaron sentir temor a ser víctimas del delito. Además, la gran mayoría (94,44%) de participantes que no conocían a ninguna persona que haya sido víctima de un delito en el último año (18) afirmaron sentir temor de ser víctimas de la inseguridad al salir a su rutina diaria. Estos hallazgos sugieren que tanto la victimización directa como la indirecta pueden influir en la percepción de inseguridad en el estudiantado universitario de la ciudad de Quevedo.
Desde la perspectiva de la teoría de la victimización, la percepción de inseguridad en Quevedo podría estar relacionada con la experiencia directa o indirecta de victimización. Tal como se evidenció anteriormente, esta se refiere a la experiencia de ser víctima de un delito o de un acto violento de manera directa o indirecta. De acuerdo con esta teoría, las personas que han sido víctimas de delitos o que conocen a víctimas tienen más probabilidades de percibir un mayor riesgo de victimización y, por lo tanto, experimentar una mayor sensación de inseguridad.
Más aún, la teoría e la victimización repetida sostiene que algunas personas están expuestas a un mayor riesgo de victimización debido a factores como la ubicación geográfica, las características personales o las actividades que realizan. Este riesgo aumentado se manifiesta en una mayor probabilidad de victimización tras un incidente inicial, con repeticiones que ocurren rápidamente después del primer incidente. Además, se ha observado que los objetivos cercanos a un incidente reciente también corren un mayor riesgo de ser victimizados, aunque en menor medida en comparación con el objetivo originalmente victimizado, y este riesgo adicional disminuye con la distancia desde el objetivo original y con el tiempo (Ávila et al, 2016).
La teoría de la victimización indirecta sugiere que el conocimiento de la victimización de otros —ya sea a través de la interacción social o por medio del flujo de información que circula en redes sociales, radio o televisión— también puede influir en la percepción de inseguridad de una persona (Focás, 2018). Es decir, si el estudiantado universitario de la UTEQ conoce a otros u otras estudiantes o miembros de la comunidad que han sido víctimas de delitos, esto podría aumentar su percepción de inseguridad y temor al crimen.
En relación con la pregunta planteada, ¿tienes temor de ser víctima de la inseguridad al salir a tu rutina diaria?, los resultados obtenidos indican que el 96,8% (244) de las personas encuestadas manifestó sentir temor de ser víctima de la inseguridad en su vida cotidiana. Este hallazgo sugiere que la percepción de inseguridad es un fenómeno prevalente entre las personas participantes, lo que puede tener importantes implicaciones en su calidad de vida y en su capacidad para desenvolverse en sus actividades diarias. Cabe destacar que el temor generalizado al delito entre las personas encuestadas no se explica únicamente por la experiencia de victimización directa o indirecta. La literatura consultada señala que otros factores también influyen en la percepción de inseguridad de los individuos, tales como, la exposición a información sobre criminalidad a través de los medios de comunicación y la confianza en la policía y las autoridades.
E) Confianza en el Estado y sus instituciones
La presente investigación se propuso, entre otros objetivos, evaluar la confianza de las personas encuestadas en la policía nacional y determinar si consideran que el trabajo de esta institución es suficiente para garantizar la seguridad ciudadana. Los resultados obtenidos muestran que el 77% del estudiantado encuestado manifestó tener poca o ninguna confianza en la policía, mientras que un 19,8% expresó tener algo de confianza y solo un 0,8% (2 participantes) afirmó tener mucha confianza en dicha institución. Estos hallazgos sugieren que existe un bajo nivel de confianza en la policía nacional entre las personas encuestadas.
Asimismo, el 76% de los participantes consideró que el trabajo realizado por la policía es insuficiente para garantizar la seguridad de la ciudadanía. Esta percepción puede contribuir a la desconfianza en la institución policial y resalta la existencia de una desconexión entre el Estado y la sociedad civil. Esta desconfianza puede entenderse como el resultado de la convergencia de dos factores principales: el aumento de la percepción de inseguridad y la deslegitimación gradual de la institución policial debido a múltiples escándalos que la han desacreditado ante la opinión pública, como el caso de María Belén Bernal (Rosero, 2023), el caso de los “narcogenerales” (Narcogenerales: Contraloría halla indicios penales contra tres oficiales, 2022) y numerosos casos de corrupción.
El fenómeno de la desconfianza en la policía y la percepción de insuficiencia en su labor para garantizar la seguridad ciudadana son preocupantes, ya que pueden tener repercusiones negativas en la efectividad de la prevención y el control del delito, así como en la calidad de vida de la población. En este sentido, es fundamental que las autoridades competentes y los responsables de la formulación de políticas aborden estos problemas mediante la implementación de medidas orientadas a fortalecer la transparencia, la eficacia y la rendición de cuentas en la institución policial, así como a promover la participación ciudadana y la prevención del delito.
Además, se examinó el nivel de confianza de las personas participantes hacia las autoridades políticas y la efectividad percibida de las políticas públicas implementadas para abordar el problema de la inseguridad en Quevedo. Los resultados revelaron una alarmante falta de confianza en las autoridades políticas, con el 90,9% de las personas encuestadas expresando poca o ninguna confianza en ellos. Esta percepción negativa se extiende también a las políticas públicas destinadas a combatir la inseguridad en la región, con el 76% de participantes considerando que estas medidas no son efectivas.
Esta desconfianza en las autoridades políticas (90,9%) y la percepción de ineficacia en las políticas públicas (76%) se relaciona con los datos expuestos con anterioridad acerca de la falta de confianza en la institución policial, lo que indica un fenómeno más amplio de descontento y desconfianza en las instituciones públicas en general. Estos datos coinciden plenamente con un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2018), según el cual, aproximadamente el 80% de los ciudadanos y las ciudadanas de la región perciben que la corrupción está extendida en las instituciones públicas, y tres de cada cuatro tienen poca o ninguna confianza en sus gobiernos.
Esta desconexión entre la sociedad civil y las instituciones públicas puede erosionar la cohesión social y debilitar el contrato social, lo que a su vez puede exacerbar la percepción de inseguridad y reducir la efectividad de las políticas públicas destinadas a abordar la problemática. La falta de confianza en las autoridades políticas y las instituciones públicas también puede socavar la legitimidad del Estado y limitar su capacidad para responder de manera efectiva a las demandas y aspiraciones de la ciudadanía.
f) La influencia de los medios de comunicación en la percepción de inseguridad
En este aspecto se buscó explorar la magnitud de influencia que los medios de comunicación y las redes sociales ejercen sobre la percepción de inseguridad entre el estudiantado universitario de la ciudad de Quevedo. Para ello se instó a los participantes a calificar, en una escala de 1 a 5 —siendo (1 = en nada) y (5 = muchísimo)—, la incidencia de estos en su percepción. Los datos recabados evidencian que el 33,73% de las personas participantes perciben una influencia moderada (valor 3) de las redes sociales y medios de comunicación. Además, el 24,60% considera que estas fuentes ejercen muchísima influencia (valor 5) y el 18,25% siente que tienen una influencia considerable (valor 4). Por el contrario, una proporción menor de participantes considera que estas fuentes tienen poca (12,30%, valor 2) o ninguna influencia (11,11%, valor 1) en su percepción de inseguridad.
Estos hallazgos empíricos reflejan que la mayoría (76,58%) considera que estas fuentes inciden directamente sobre su percepción, lo que refleja su influencia en cómo los ciudadanos perciben, construyen y experimentan la sensación de inseguridad en la ciudad. Sin embargo, para desentrañar de manera más precisa cómo estas fuentes modulan esta percepción en la población, es esencial complementar estos resultados con investigaciones cualitativas para una mejor comprensión de la situación.
En este contexto, las reflexiones de Focás y Galar (2016) ofrecen una perspectiva teórica valiosa. Para esta autora, la relación entre los medios de comunicación y la percepción de inseguridad es una dinámica compleja, en la que los individuos no se posicionan como meros receptores pasivos de la información mediática, sino como “agentes activos” que interpretan y decodifican esta información en un proceso enraizado en contextos culturales diversos (Focás, 2016).
Esta premisa ofrece un marco conceptual que amplía los hallazgos cuantitativos del presente estudio, toda vez que posibilita argumentar que la percepción de inseguridad en la ciudad de Quevedo, construida en gran parte por los medios y las redes sociales, no se configura en un vacío, sino en un entramado social y cultural que media en la interpretación de la información sobre el asunto. Esta perspectiva teórica permite una comprensión más enriquecida de cómo la información mediática se integra en la vida cotidiana de los individuos, y cómo estas narrativas mediáticas interactúan con sus prácticas y experiencias cotidianas.
Los medios de comunicación, en particular, pueden tener un impacto significativo en la percepción de inseguridad, ya que la manera en que se informa sobre el delito y la violencia puede contribuir a la creación de una sensación de temor desproporcionado en relación con las tasas reales de criminalidad (Dowler et al, 2006). Además, la confianza en las instituciones encargadas de la seguridad pública, como la policía y las autoridades, también juega un papel fundamental en la percepción de inseguridad, dado que una menor confianza en estas instituciones puede intensificar el temor al delito y la vulnerabilidad percibida.
La complejidad inherente en la relación entre los medios de comunicación, las redes sociales y la percepción de inseguridad, tal como lo ilustra Focás (2016), resalta la necesidad de abordar esta relación desde una perspectiva multidimensional que considere las variables individuales y contextuales. Esto evidencia la necesidad de futuras investigaciones que permitan una comprensión más profunda de esta situación en ciudades como Quevedo. Además. Es crucial explorar cómo estos hallazgos cuantitativos se entrelazan con las interpretaciones teóricas y las experiencias vividas de los individuos en su interacción con los medios y redes sociales.
G) Espacios Urbanos y Percepción de Inseguridad
Otro objetivo de la investigación fue consultar a las personas participantes sobre la sensación de peligro que sentían en zonas específicas en la ciudad. Esto permitió evaluar la percepción sobre la distribución de la peligrosidad en diferentes áreas de la ciudad de Quevedo. En este orden de ideas, se observó que el 96% de los participantes afirmó que, efectivamente, en Quevedo existen zonas que concentran una mayor peligrosidad que otras. Esta información proporciona una base empírica que respalda la idea de que la percepción de inseguridad varía entre las distintas áreas de la ciudad, tal como lo señala la teoría de las incivilidades.
La teoría de las incivilidades, explorada en el contexto de transformaciones urbanas recientes, sugiere que los signos visibles de desorden y negligencia en un entorno urbano pueden llevar a un aumento en la delincuencia y la percepción de inseguridad entre la población residente. Según esta teoría, la presencia de elementos incívicos como grafitis, basura, edificios en mal estado o ventanas rotas, puede generar una atmósfera de abandono que propicia la proliferación de conductas antisociales y criminales.
En el caso de Maipú, Santiago de Chile (Luneke et al., 2021), se ha encontrado que el temor al delito reconfigura la vida urbana en los vecindarios, no remitiendo a la experiencia directa del crimen, sino a diversos factores que se desenvuelven en la escala de la calle, del barrio y de la ciudad. Este temor está imbricado en procesos y transformaciones urbanas, y se relaciona con cambios socioespaciales que, a su vez, movilizan nuevas formas de significar el entorno en el que se reside. En los vecindarios emerge la figura del “empeligrosamiento” hacia los desconocidos, un proceso de subjetivación que resignifica las interacciones sociales que no son predecibles, lo que evidencian cómo las incivilidades y el desorden urbano afectan la percepción de seguridad y la interacción social.
En consonancia con la teoría de las incivilidades explorada en el contexto de Maipú, Santiago de Chile, la interpretación de los datos recabados en el presente estudio adquiere una dimensión analítica ampliada. Las áreas identificadas por las personas encuestadas como más peligrosas podrían estar manifestando una mayor presencia de signos de desorden y deterioro urbano, factores que, según se sugiere en el estudio chileno, influyen notablemente en la percepción de inseguridad entre los y las residentes.
Al examinar las causas subyacentes de la percepción de mayor peligrosidad en ciertas zonas de Quevedo, se vuelve imperativo investigar la incidencia y el impacto de las incivilidades en estos territorios. Además, sería provechoso explorar la posible correlación entre la prevalencia de estos signos de desorden y la incidencia real de delitos y conductas antisociales, lo que a su vez podría ofrecer una comprensión más profunda sobre cómo los cambios socioespaciales y las interacciones sociales impredecibles, tal como se describe en el concepto de “empeligrosamiento” hacia los desconocidos en el estudio de Maipú, se reflejan en el escenario de Quevedo.
H) Efectos negativos de la inseguridad en la población
Se formuló una pregunta para conocer las medidas que han adoptado las personas participantes para evitar ser víctimas de delitos como el robo (figura 1). Los resultados obtenidos muestran una clara tendencia hacia la adopción de medidas de autoprotección, aunque algunas de estas acciones pueden tener consecuencias negativas en la calidad de vida y la cohesión social. La medida más reportada fue la de evitar llevar pertenencias de valor (82,9%), lo cual puede interpretarse como una estrategia de minimización de riesgos en caso de ser víctima de un delito. No obstante, esta medida podría generar una sensación de inseguridad constante, ya que implica que los individuos perciben un riesgo alto de ser víctimas de un delito en su entorno inmediato.
La segunda medida mencionada fue la de evitar salir durante las noches (63,5%), lo que puede relacionarse con una percepción de mayor inseguridad durante este periodo. Las horas de la noche suelen asociarse con una mayor vulnerabilidad, especialmente en mujeres. Esta medida podría limitar el acceso a actividades sociales y culturales que se desarrollan en horario nocturno, afectando la calidad de vida de las personas en general, y de los estudiantes en particular. En el caso específico de Quevedo, la intensificada sensación de inseguridad que experimentan las personas se refleja en el hecho de que la actividad comercial tan dinámica que caracteriza a la ciudad se apacigua apenas entrada la tarde, puesto que “los negocios cierran desde las 16h00” y “a partir de las 18h00 ya no se ve gente en la calle” (Anchundia, 2023).
Figura 1. Medidas adoptadas por las personas participantes para evitar ser víctimas de un delito, Quevedo, Ecuador, 2023
Fuente: Elaboración propia a partir de entrevistas, marzo 2023
Otras estrategias reportadas fueron evitar lugares públicos (40,1%) y dejar de usar el transporte público (15,9%), también sugieren que la percepción de inseguridad afecta la cotidianidad y la calidad de vida de las personas encuestadas. Estas medidas pueden generar una disminución en la participación en la vida comunitaria, lo que a su vez puede reducir la cohesión social y la interacción entre los miembros de la comunidad. Además, en las encuestas se mencionaron otras acciones, como, por ejemplo, esconder sus pertenencias, eliminar redes sociales y no contestar números desconocidos. Estas acciones demuestran la preocupación por protegerse de potenciales amenazas en diferentes ámbitos, incluido, el espacio digital.
Es importante destacar que solo el 5,6% de las personas participantes afirmó no haber tomado ninguna medida de prevención. Este dato reafirma que la mayoría del estudiantado universitario percibe un ambiente de inseguridad y consideran necesario adoptar medidas para protegerse.
Por último, se investigó la percepción de seguridad del estudiantado en el interior de la Universidad Técnica Estatal de Quevedo (UTEQ), utilizando una escala Likert de 1 a 5, donde 1 representaba “nada seguro” y 5 “muy seguro”. Los resultados obtenidos sugieren que la mayoría de estudiantes no se sienten completamente seguros dentro del campus universitario, lo que podría estar relacionado con hechos de violencia ocurridos en otras instituciones educativas de la costa ecuatoriana, como el asesinato de una estudiante en el interior de la Universidad Estatal de Milagro (Estudiante fue asesinada en el interior de la Universidad Estatal de Milagro, 2023) o los ataques armados en una universidad de la provincia de Esmeraldas (Tiroteo en universidad estatal de Esmeraldas deja un herido, 2023).
En detalle, los resultados revelan que 38 estudiantes eligieron la opción 1 (nada seguro), 39 estudiantes la opción 2, 106 estudiantes la opción 3 (seguridad neutral), 53 estudiantes la opción 4 y solamente 16 estudiantes la opción 5 (muy seguro). Estos hallazgos indican que la percepción de seguridad es heterogénea entre la población participante, aunque predomina una percepción de seguridad neutral a baja. Esta percepción en el interior de un predio universitario puede estar influenciada por varios factores, como, por ejemplo, la presencia de delitos en el campus, la calidad de las instalaciones y la iluminación, así como la comunicación sobre incidentes de seguridad. Además, puede verse afectada por la exposición a noticias y rumores sobre hechos de violencia en otras universidades, y por la experiencia previa de victimización del estudiantado.
Es importante destacar que una percepción de inseguridad en el entorno universitario puede tener consecuencias negativas para el bienestar y el rendimiento académico del grupo de estudiantes, ya que debido a este sentimiento pueden experimentar ansiedad y estrés, lo que puede afectar su concentración y capacidad para aprender. Además, esta percepción puede generar desconfianza y reducir la interacción social en el campus, lo que a su vez puede limitar las oportunidades para el desarrollo de habilidades sociales y el establecimiento de redes de apoyo.
Los resultados obtenidos en el campus universitario son alarmantes, ya que contradicen de manera manifiesta el espíritu de paz y tranquilidad que históricamente ha caracterizado a los entornos académicos. La inseguridad percibida en la UTEQ muestra una erosión de la atmósfera de confianza y seguridad que una institución de educación superior está en la obligación de ofrecer, la cual es condición absoluta para alejar al país del subdesarrollo, a través de una formación íntegra y de calidad de su capital humano.
CONCLUSIONES
Este estudio se desarrolló con el objetivo de sondear las percepciones de inseguridad predominantes entre el estudiantado universitario de la ciudad de Quevedo en Ecuador. Al revelar que un notable 80,6% de las personas encuestadas identifica la inseguridad como el principal problema social que afecta a la ciudad, los resultados no solo demuestran la magnitud del fenómeno, sino que también plantean una serie de interrogantes sobre su universalidad. Cabe resaltar la influencia que podrían tener los medios de comunicación en la formación de estas percepciones. A partir de la teoría de la criminalidad de Farrall et al. (2009), es plausible considerar que la exposición constante a información negativa sobre delitos y violencia contribuye a un clima de temor y a las expectativas de victimización. Este aspecto añade una dimensión adicional a la complejidad del problema y plantea cuestiones sobre el papel ético y social de los medios en la construcción de realidades, especialmente, en contextos donde se ve comprometido el bienestar psicosocial de la comunidad.
En lo que respecta a la desconfianza institucional, los resultados de este estudio van más allá de la mera insatisfacción con el estado de las cosas; apuntan a una crisis de legitimidad más profunda que pone en tela de juicio la eficacia de las instituciones gubernamentales. Esta crisis es especialmente preocupante porque socava los cimientos mismos de la gobernanza y plantea serios desafíos para la implementación de políticas efectivas. En este sentido, restaurar la confianza pública no es simplemente una cuestión de mejorar la imagen gubernamental, sino que requiere una revisión más profunda y estructural de cómo se administra la justicia, se combate la corrupción y se promueve la transparencia.
Aunque la correlación entre el consumo de drogas y la inseguridad no fue el principal objeto de análisis de este estudio, los resultados obtenidos son bastante sugerentes, ya que desafían narrativas reduccionistas que podrían llevar a respuestas políticas mal enfocadas. Al estar mediada esta relación por variables estructurales como la pobreza y la desigualdad, queda claro que cualquier estrategia de intervención debe ser multidimensional. Es decir, abordar la inseguridad no es simplemente una cuestión de aumentar la vigilancia o criminalizar ciertos comportamientos, sino que requiere de políticas sociales más amplias que aborden las causas estructurales de la desigualdad y la exclusión.
En resumen, los hallazgos de este estudio no solo cumplen con sus objetivos iniciales, sino que también ofrecen una hoja de ruta para futuras investigaciones y para la formulación de políticas públicas. En este contexto, los resultados apuntan a la necesidad de un enfoque multifacético en la gestión de la inseguridad, que incorpore tanto estrategias preventivas como correctivas, y que tenga en cuenta tanto las causas inmediatas como los factores estructurales subyacentes. Este enfoque, además, debería incorporar mecanismos de regulación y control sobre cómo se presenta y discute el tema de la inseguridad en los medios de comunicación, dada su influencia en la percepción pública del problema.
En última instancia, la inseguridad en Quevedo emerge como un fenómeno multifactorial que no puede ser completamente comprendido, y mucho menos abordado, sin una comprensión integral de sus múltiples determinantes. Desde la desigualdad social y la desconfianza en las instituciones hasta la influencia mediática, cada factor contribuye a un clima de inseguridad que afecta de manera palpable la calidad de vida y el tejido social de la comunidad.
Referencias
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